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Legados familiares

Cortar con los mandatos familiares y sociales también es saludable






Cortar con los férreos mandatos familiares y sociales también es saludable. Porque esos códigos y obligaciones encubiertas nos hacen cautivos de un plan de vida no elegido. Sin embargo, a veces, es mejor ser la oveja negra que un personaje inventado por esa falsa perfección que define a algunas familias.
Todos, de algún modo, hemos sido cautivos de esa red invisible que tejen los mandatos familiares,heredados muchas veces de generación en generación. Se alzan como una conciencia invisible, como el alma de un legado donde hay ciertas cosas que uno debe aceptar sin cuestionarse. De hecho, así lo hacemos durante nuestra infancia. Hasta que de pronto algo despierta en nosotros. Nos cansamos de ser rehenes de esas miradas admonitorias, de esas expectativas inscritas en el vínculo familiar.














Cada familia es como un clan. Es una dimensión dinámica y tremendamente compleja donde se integra un legado emocional, un pasado, unas creencias, unas represiones y por supuesto unos mandatos. Viktor Frankl, célebre neurólogo y psiquiatra austriaco, escribió en su libro “The Doctor and the Soul” que la única cosa peor que el sufrimiento, es que el propio sufrimiento se vaya sin testigos. De ahí el valor de la familia como primer círculo de recuerdo, de heredera de ese legado.

Esta idea es cierta, sin embargo, si ese sufrimiento se envuelve con el rencor, podemos concebir un mal legado. Porque lo más probable es que genere como principal mandato la desconfianza.
Te proponemos reflexionar sobre ello.

Los mandatos inconscientes que nos moldean cada día

Un mandato es algo más que obligación implícita de ir a comer todos los domingos con nuestros padres. Hablamos ante todo de esos esquemas de pensamiento que erigen, ladrillo a ladrillo, gran parte de nuestro castillo emocional. Es parte de esa psicogenealogía que muchas veces actúa como auténtica vetadora del impulso vital del crecimiento.
Frases como “no puedo equivocarme”, “debo controlar mis emociones”, “de las personas hay que desconfiar” o “si no me dan la razón es porque no me quieren”, definen esa impronta. Porque lo creamos o no, la huella de cada uno de esos mandatos intergeneracionales se inscriben a martillo y cincel en lo más hondo de nuestra personalidad.

La psicología cognitiva es uno de los mejores enfoques para comprender este delicado entramado. Las creencias más significativas y determinantes se adquieren en la infancia a partir de las relaciones con nuestra familia. Ahora bien, existe a su vez un concepto aún más complejo. Autores como Aaron Beck, nos recuerdan que parte de estos esquemas tienen a su vez un componente genético. 
Según un estudio publicado en la revista Nature Neurosciencie, nuestro ADN transmite información de experiencias de estrés y miedo heredadas de generación a generación. También desde el Hospital Monte Sinaí se habla este mismo aspecto: del peso de la herencia epigenética y su influencia en los genes de los hijos.
Ahora bien, hemos de tener claro un aspecto. La predisposición genética no determina nuestra personalidad, solo nos predispone. Sin embargo, si al peso de los genes se le añade la continuidad de unos mandatos, de unos valores, pautas y dictados puede establecerse sin duda un ciclo continuo de refuerzo recíproco.

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