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Tú no eres tu hijo.


NUESTROS HIJOS, 

NUESTRO ESPEJO




Las relaciones con nuestros hijos no siempre son fáciles, en especial con alguno de ellos, hoy queremos compartir  unos bellísimos extractos del libro ” Tu hijo, tu espejo” de Martha Alicia Chávez, si sufres una relación tirante con alguno de tus hijos este artículo puede cambiar tu vida al descubrir en nuestros hijos, nuestro espejo.



Los padres proyectamos en nuestros hijos nuestras expectativas de la vida, nuestras frustraciones, nuestras etapas de la infancia o adolescencia sin resolver, nuestros “hubiera” y nuestras necesidades insatisfechas, esperando inconscientemente que ellos se conviertan en una extensión de nosotros mismos y que cierren esos asuntos inconclusos.

Conocer la “parte oculta” de nuestra relación, comprender por qué ese hijo, específicamente ése, nos saca tan fácil de nuestras casillas, por qué nos desagrada, por qué nos es tan difícil amarlo, por qué estamos empeñados en cambiarlo, por qué lo presionamos con tal insistencia para que haga o deje de hacer, nos abre la puerta a la posibilidad de un cambio profundo en la relación con él.
Darnos cuenta contribuye a transformar los sentimientos de rechazo, rencor y su consecuente culpa, que pueden resultar devastadores, facilitando el paso al único sentimiento que sana, une y transforma: el amor.
¿Por qué estás empeñado en cambiarlo, por qué lo presionas con tal insistencia para que haga o deje de hacer?

Muchas veces he sido testigo del profundo cambio de percepción y sentimientos de los padres respecto a sus hijos con el solo hecho de descubrir y reconocer esa “parte oculta”.

Mientras no la reconozcamos, difícilmente podremos solucionar los problemas de forma real, profunda y permanente, ya que aun cuando llevemos a cabo cambios de comportamiento, de relación o de comunicación, la sombra de esa “parte oculta” seguirá contaminando y eclipsando cualquier intento de solución.
Vivimos en un mundo con muchos problemas y en el fondo de ellos hay una enorme carencia de amor.
Si quieres aportar algo trascendente a la sociedad y al mundo en el que vives, ofréceles hijos amados, inmensamente amados, porque estarás ofreciendo personas honestas, productivas, buenas y felices.


Para comprender todo este asunto de la “parte oculta” de la relación padres-hijos necesitamos hablar primero de los mecanismos de defensa.
Éstos son medios que utilizamos inconscientemente para afrontar las situaciones difíciles, distorsionando, disfrazando o rechazando la realidad y así reducimos la ansiedad. Existen alrededor de trece mecanismos de defensa.
Si bien todos, en ciertos momentos, utilizamos algún mecanismo de defensa, esto sucede en menos proporción, en las personas psicológicamente sanas y maduras, ya que tienen un muy buen grado de autoconocimiento y manejo de sus propios procesos.
De tal manera que mientras más sana es una persona, menos utiliza los mecanismos de defensa y, cuando lo hace, casi siempre es consciente de ello.
El inconsciente, aunque no se experimenta directamente, ejerce efectos profundos y significativos en tu vida.
La función del inconsciente es protegernos, resguardar todo aquello que nos es difícil o doloroso enfrentar. Pero también puede ayudarnos a cerrar nuestros asuntos inconclusos echando mano de las herramientas personales de que disponemos y nos puede proporcionar todo el potencial necesario para la curación y el cambio, porque el inconsciente no sólo es el depósito del material amenazante, sino además es el cofre de tesoros no descubierto, donde se encuentran tus recursos, tus aprendizajes.
Así pues, esto que estoy llamando la “parte oculta” de la relación con nuestros hijos se produce de manera inconsciente y no como resultado de una decisión intencional y consciente por parte de los padres.
En toda familia conformada por dos o más hijos, siempre hay un hijo al que llamo “oasis” y un hijo al que llamo “maestro”. El oasis es ese hijo o hija que casi se autoforma y se autoeduca, a veces parece que ya nació formado y educado. ¡Es tan fácil ser padre de ese hijo!, es responsable, no da problemas y la relación con él o ella fluye fácilmente.
El hijo “maestro”, en cambio, nos voltea al revés, es el que nos hace madurar, aprender y crecer, el que nos hace leer libros, ir a terapia, cursos y conferencias para encontrar la forma de lidiar con él, nos hace volver los ojos al cielo en busca de ayuda y con ello nos acerca a nuestra parte espiritual. Nos acerca a un Ser Superior, el cual cada quien nombra o concibe a su manera.
Es difícil ser padre de estos hijos “maestros”, a veces pensamos que están mal, que hay algo equivocado en ellos, pero créeme, no es así.
Yo creo profundamente que nuestras almas —las de los padres y las de los hijos— se atrajeron mutuamente para crecer juntos; dicho de otro modo, nosotros elegimos a nuestros hijos y ellos nos eligieron a nosotros.
Con los hijos difíciles tenemos la mejor oportunidad de aprender, entre muchas otras cosas, el amor incondicional
Nuestros hijos no son nuestros. Son los hijos y las hijas del anhelo de la Vida por perpetuarse. Llegan a través de nosotros, pero no son realmente nuestros. Y aunque están con nosotros, no nos pertenecen.
Podés darles nuestro amor, pero no nuestros pensamientos, porque tienen sus propios pensamientos.
Podés albergar sus cuerpos, pero no sus almas, porque sus almas moran en la casa del mañana, que no podés visitar, ni siquiera en sueños.
Podés, parecerte mucho a ellos, pero no tratés de hacerlos semejantes a vos. Porque la vida no retrocede, ni se estanca en el ayer.


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