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Dolor Emocional






¿Qué es el dolor emocional?



Como su nombre lo dice es el dolor que se produce a través de nuestras emociones, aunque para nuestro cerebro no hay diferencia entre el dolor emocional y el dolor físico. Se ha comprobado que las áreas del cerebro que reaccionan ante el dolor físico, son las mismas, básicamente, que se activan ante el dolor emocional.

El dolor emocional es algo a los que todos los seres humanos, tarde o temprano, tenemos que hacerle frente: pérdida de un ser querido, separaciones, pérdida del trabajo, fracasos, enfermedades, perdidas materiales de cualquier tipo, etc. Nadie puede escapar al dolor a menos que viva fuera de la realidad. Cuando reconocemos nuestra vulnerabilidad al dolor, de alguna manera estamos aceptando nuestra condición humana. Dependerá de muchos factores la manera de enfrentar las experiencias dolorosas: la cultura a la que pertenezcamos, la educación, las experiencias vividas, etc.


¿Qué causa dolor emocional?


El dolor es algo multifactorial. El ser humano, por ejemplo, desea permanencia, seguridad y continuidad, cuando no los encuentra sufre y trata de huir de ese dolor. Los seres humanos valoramos mucho la seguridad, cuando no la tenemos, sufrimos, pero, paradójicamente, también cuando logramos la seguridad podemos ser víctimas del dolor porque la seguridad implica aislamiento según Alan Watts. Para sentirnos completamente seguros, tenemos que vivir en una cápsula que construimos a través de diferentes factores y comportamientos, pero dicha defensa no puede ser selectiva, es decir, cuando nos cerramos para no sentir dolor, también nos cerramos a la felicidad o al placer. Todo lo que hacemos para no sentir pena, tristeza, miedo o enojo, nos impide también sentir amor, felicidad, alegría, empatía, compasión. Para sentirnos realmente vivos, necesitamos reconocer y aceptar los aspectos dolorosos y placenteros de la vida.



Cerrarnos al dolor es cerrarnos a las maravillas de la vida:



Otros factores que generan dolor emocional son los traumas infantiles que nos vuelven más sensibles a ciertos tipos de dolor en la etapa adulta. Tenemos miedo de no poder controlar o soportar el dolor, de volvernos locos o que nos venza. Pero esto, muchas veces, es más una idea o una creencia, que una realidad. Las personas, generalmente, tenemos más recursos internos para enfrentar las experiencias dolorosas o traumáticas de los que alcanzamos a reconocer conscientemente. Por eso, la mayor parte del tiempo, necesitamos estar en la experiencia presente para saber y reconocer cuáles son nuestros recursos y utilizarlos. Muchas veces nos sorprendemos al darnos cuenta de que somos más capaces de enfrentar el dolor, cuando lo estamos viviendo, que cuando imaginábamos con temor a que pudiera llegar dicho momento doloroso. Es ahí donde nos damos cuenta de que somos más capaces, que tenemos más recursos y somos más fuertes de los que imaginábamos.



¿A qué se debe que unas personas lo nieguen y otras lo evadan?



Las personas huyen del dolor por miedo, por patrones aprendidos, por la educación que recibimos desde que nacemos, a las creencias de nuestra cultura.


La causa de cualquiera de las dos formas: negación o evasión del dolor, puede partir de cómo nuestros padres, desde su amor y su buena intención, nos hicieron creer desde muy temprana edad que nuestra vida sería perfecta, que nosotros éramos perfectos y que no habría nada que nos impediría ser felices en todo momento. Por eso, cuando nos convertimos en adultos, nos frustra reconocer que todo aquello fue una mentira piadosa y nos negamos a aceptar que el dolor, en realidad, es parte de la vida y que no podemos escapar de él.


Muchas veces no somos capaces de comprender que el dolor es el motor que nos hace crecer, transformarnos y ser mejores. Sin él, nos quedaríamos, con mucha frecuencia, en nuestra zona de confort, en lo conocido. Podemos permanecer ahí meses o años hasta que surgen los problemas y son estos los que nos mueven a la acción y a la transformación, los que nos arrancan de lo que nos está estorbando por miedo, al crecimiento o al cambio.


La autora Brené Brown, en su libro Los dones de la imperfección habla de manera amplia y clara acerca de todo esto. Ella nos dice que si podemos aceptar nuestra naturaleza humana vulnerable y el sentimiento de vergüenza (es decir, el dolor), seremos más capaces de ser personas felices que si, para protegernos de estos sentimientos, nos cerramos, los evadimos o los negamos.


Para ser empáticos y compasivos tenemos que aceptar nuestra propia vulnerabilidad, vergüenza y dolor.


 


Consecuencias de querer evadir el dolor emocional:





“El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al
hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven
más inteligentes después de un gran dolor”.

Fiodor Dostoievski




Escapar del dolor, la mayoría de las veces, generará más sufrimiento. La evitación persistente genera fobias. Al evitar situaciones de riesgo nos sentimos aliviados momentáneamente, pero, a la vez, confirma nuestra incapacidad para afrontar y superar las dificultades. La seguridad, con el tiempo, nos genera más miedo de enfrentar la situación evitada. Por eso, lo más indicado es evitar la evitación. Una vez enfrentada la realidad, podemos calcular de forma más realista, los riesgos y los beneficios y decidir seguir adelante o no pero en base a algo real y no sólo a una fantasía catastrófica.


El dolor nos permite reconocer el gozo y el placer, si no existiera el dolor no podríamos reconocer las cosas placenteras ni valorarlas pues no tendríamos contra qué compararlas.


Ganancias secundarias de las personas que se estacionan en el dolor:


Las ganancias que algunas personas obtienen a través de sus experiencias amargas son, por ejemplo: obtener la atención de los demás, que las compadezcan o se hagan cargo de ellas.
Eso, a la larga, provocará que las personas se sientan más débiles e incapaces de enfrentar la vida y los retos de manera responsable y madura. Por eso, los padres que se niegan a permitir que sus hijos enfrenten sus propias experiencias dolorosas, los están subestimando y les están enviando el mensaje de que no creen que ellos puedan solos, o de que no los consideran capaces de enfrentarse por sí mismos a la vida y que necesitarán siempre de ellos.
Hay personas que, incluso, se convierten en adictas al sufrimiento. Sí no existe la “fobia” a sentir dolor o incomodidad, se puede crear la contraparte de volverse adicto a este sentimiento por las ganancias secundarias que se adquieren y que ya mencionamos.


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